En la actualidad no existen directrices obligatorias acordadas internacionalmente sobre cómo llevar a cabo los ensayos de alimentación en animales para comprobar la inocuidad de los cultivos transgénicos. Aunque las directrices de la OCDE para las pruebas de seguridad de sustancias químicas son un punto de partida razonable, se necesitan con urgencia diseños experimentales científicamente sólidos y acordados internacionalmente para evaluar la seguridad a largo plazo de los cultivos transgénicos.

Séralini basó su diseño experimental en los estudios previos realizados por la industria para respaldar sus solicitudes de autorización de comercialización de OMG. Sin embargo, amplió el diseño del estudio en cuanto a su duración, la variedad de los grupos de alimentación de prueba y la extensión de los análisis anatómicos, celulares y bioquímicos. Por lo tanto, las críticas dirigidas al estudio de Séralini se aplican por igual o en mayor grado a los estudios realizados por la industria, que son más restrictivos.

Así pues, quienes critican el estudio de Séralini están aplicando una doble moral al admitir los estudios de la industria como sólidos pero rechazar el de Séralini por defectuoso. Los críticos deben aplicar a los estudios de la industria los mismos criterios por los que consideran que el estudio de Séralini es deficiente. Las únicas posturas que pueden derivarse lógicamente de tal comparación es desestimar tanto el estudio de Séralini como los estudios de la industria o bien aceptar que ambos tienen valor dentro del alcance de sus respectivos análisis.

Si se acepta que ambos tienen cierto valor, entonces se deben abordar los siguientes hechos.

Quienes continúan sosteniendo que el estudio de Séralini es inaceptable por utilizar un número demasiado pequeño de animales deben tener en cuenta que utilizó el mismo número de animales cuya composición química de sangre y orina analizó Monsanto en los estudios de 90 días admitidos como prueba de la seguridad de los OMG.

La OCDE considera válido este número de animales para algunos protocolos de toxicidad crónica en las pruebas realizadas por la industria a efectos de regulación. Por ejemplo, el estudio de Séralini utilizó el mismo número de animales cuya sangre y bioquímica clínica deben analizarse según el protocolo 452 de la OCDE, prorrogable por un máximo de dos años.

Si los hallazgos de Séralini son desestimados por utilizarse un número de animales insuficiente, entonces esto indica que los efectos tóxicos detectados en estudios de toxicidad crónica similares de la industria también se ignoran habitualmente y se permite la comercialización del producto objeto del estudio. De ser esto cierto, sería motivo de gran inquietud para la población.

Las críticas basadas en el argumento de que el estudio de Séralini es un estudio de carcinogenicidad fallido son falaces. No se trata de un estudio de carcinogenicidad, sino de un estudio de toxicidad crónica que detectó tumores por casualidad.

Aun así, las solicitudes generalizadas de que los estudios a largo plazo deban utilizar un gran número de animales para que la detección de tumores se considere válida son sospechosas. Cuando se exige un número mayor de animales, por ejemplo, en los protocolos de carcinogenicidad de la OCDE, es para evitar “falsos negativos” (conclusiones incorrectas de que el producto es seguro). Esto no era un problema para el estudio de Séralini, ya que no determinó que el producto era seguro, sino tóxico. Si la industria y las autoridades reguladoras pretenden sostener que los hallazgos de Séralini eran un “falso positivo” (una detección incorrecta de toxicidad) deben proporcionar datos toxicológicos independientes para demostrarlo.

Juzguemos como juzguemos los puntos fuertes y débiles del estudio de Séralini, algunas conclusiones están claras:

  • Los estudios breves de alimentación de 90 días o menos realizados por la industria como respaldo a sus solicitudes de aprobación de cultivos transgénicos para su comercialización no son suficientes para detectar los efectos tóxicos derivados de su consumo a largo plazo (a lo largo de toda la vida). Incluso las agencias reguladoras francesas ANSES y HCB, que criticaron el estudio de Séralini, concluyeron que se necesitan estudios a largo plazo.
  • La tendencia de la industria de los transgénicos y la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria a desestimar los signos de toxicidad observados en pruebas de alimentación de 90 días por “no ser biológicamente significativos” es un error.
  • Al evaluar la seguridad de los plaguicidas, no basta con probar solo su ingrediente activo (p. ej. el glifosato). Es necesario probar la formulación comercial, en la forma en que se comercializa y usa (p. ej. el Roundup) para poder tomar decisiones basadas en pruebas.
  • Deberían llevarse a cabo pruebas a largo plazo (al menos dos años en roedores) para todos los alimentos transgénicos y formulaciones de plaguicidas, tanto los que ya están a la venta como aquellos pendientes de aprobación.
  • Los estudios de alimentación sobre cultivos transgénicos deben diseñarse de manera que permitan distinguir si cualquier resultado negativo para la salud se debe a los efectos perjudiciales del proceso de transformación del transgénico, al plaguicida integrado o aplicado al cultivo transgénico, o una combinación de ambos.
  • Se debe administrar un mínimo de tres dosis del cultivo transgénico y/o plaguicida para determinar los efectos derivados de la dosis.

Hasta que se hayan llevado a cabo tales pruebas, no es posible afirmar que un cultivo transgénico determinado es seguro como alimento largo plazo. En aras de la seguridad, Monsanto y otros productores de semillas transgénicas y plaguicidas no deben poder comercializar los productos que no hayan sido probados adecuadamente. Se debe reformular la legislación para requerir pruebas de alimentación obligatorias a largo plazo y multigeneracionales de los alimentos transgénicos y las formulaciones de plaguicidas completas antes de su comercialización, financiadas por la industria pero llevada a cabo por científicos independientes.